domingo, 1 de diciembre de 2013
En octubre.
Le hemos comprado a I. un pequeño aparato que reproduce curiosos sonidos para que pueda conciliar el sueño: el océano, la lluvia, alguna triste nana (todas tienen algo de melancólico), los latidos del corazón…De todos, mi preferido es el sonido de la lluvia. La otra tarde I. se quedó dormido - no porque el citado artefacto cumpliera su cometido, sino porque le tocaba dormir, supongo. La luz de octubre y la respiración de I. me acompañaban y llenaban la habitación. No era una siesta propiamente de otoño ya que en octubre hizo más calor de la cuenta. Fue, entonces, una siesta alegre, estival, sin hora. Una de esas siestas que el verano dejó a deberme. De fondo se oía la lluvia. Tan lograda era la grabación que me dormí creyendo estar en la huerta, en la vieja casa, oyendo la lluvia lejana: un manto de agua que cae continua y lentamente sobre los árboles; y oyendo la lluvia cercana: rozando tu sueño, a tu lado, casi en la almohada, los sonorosos goterones que caen de la parra.
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