domingo, 17 de agosto de 2014

Versos para una tarde de noviembre

Paseo matinal, veraniego con I.
La mano grande, como la tuya, pero más grande.
El coche rojo. El coche amarillo. El coche gris.
Las flores blancas. La fuente. Las flores fucsias.
Los árboles de Alfonso X. La vaca a la que siempre le tocas el cencerro.
El gato y tu forma de llamarlo, como te enseñaron los abuelos.
El pobre del número 3 de Trapería.
La gitanilla de los iguales.
El puente. El río.
La otra fuente con dos tinajas que tanto te gusta.
Las raíces del enorme ficus del jardín de Floridablanca.
El pobre de Marqués de Corvera, del barrio, que siempre te saluda y
nos dice buenos días con una sonrisa que vale millones.
Los trenes.
Marqués de Ordoño y el tercero lleno de plantas y de sol.
Te duermes al pasar la iglesia del Carmen.
Regreso.
Trapería y una tónica en el Drexco. Enfrascado con
Frank Capra: the man and his films.
Gente que pasa mientras duermes. Algunos se sientan
junto a nosotros. Hablan de cosas del mundo. Se van.
Tú duermes serenamente. ¿Con qué sueñas?
Abres los ojos y sonríes. Sabes que te espera tu galleta María.
Te incorporas, la coges y me miras como
diciéndome: ¿buscabas palabras de cuando era verano?
¡llévame otra vez a ver a mamá!

domingo, 1 de diciembre de 2013

En octubre.

Le hemos comprado a I. un pequeño aparato que reproduce curiosos sonidos para que pueda conciliar el sueño: el océano, la lluvia, alguna triste nana (todas tienen algo de melancólico), los latidos del corazón…De todos, mi preferido es el sonido de la lluvia. La otra tarde I. se quedó dormido - no porque el citado artefacto cumpliera su cometido, sino porque le tocaba dormir, supongo. La luz de octubre y la respiración de I. me acompañaban y llenaban la habitación. No era una siesta propiamente de otoño ya que en octubre hizo más calor de la cuenta. Fue, entonces, una siesta alegre, estival, sin hora. Una de esas siestas que el verano dejó a deberme. De fondo se oía la lluvia. Tan lograda era la grabación que me dormí creyendo estar en la huerta, en la vieja casa, oyendo la lluvia lejana: un manto de agua que cae continua y lentamente sobre los árboles; y oyendo la lluvia cercana: rozando tu sueño, a tu lado, casi en la almohada, los sonorosos goterones que caen de la parra.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Ubi sunt?

Es ahora cuando más disfruto del verano,
en estos días tan fríos, cortos y desdichados.
Los días tan luminosos que ahora sueño, ¿me acompañarán en junio?
¿Serán dichosos y traerán ventura?
¿Serán serenos y tranquilos?
¿Acaso algún dios olvidado será despertado
con el oscuro canto de los grillos?
¿O quizá me pregunte -como siempre- dónde están esos
días que con tanto capricho me esperaban y me cogían
de la mano para cruzar despacio el invierno?

lunes, 18 de noviembre de 2013

El invierno va en serio

Los pies otra vez helados. La nariz taponada. La garganta dolorida. Los días más cortos. Los bolsillos llenos de tonterías. Ha sido suficiente una pequeñísima dosis de otoño para echar de menos la dicha estival. Yo soy amigo del verano y resulta que el invierno va en serio. Me ha avisado durante las últimas horas y no me importa. En poco más de un mes los días me sonreirán y volverán a ser un poquito más largos. Ahora, los primeros frutos de la primavera, los nísperos, ya están en flor y uno piensa en esas pequeñas y amarillas delicias bajo un cielo azul y radiante de mayo. De entre todos mis conocidos del otoño, esas flores son mis favoritos. Me susurran: "el verano nunca, nunca llega a desaparecer del todo"

domingo, 23 de junio de 2013

Habemus inspector

LLegados a este punto, ya he comprobado que la pedagogía ha acabado con la educación. Y lo que más me gusta es asistir a reuniones de orientadores e inspectores. El otro día, siendo uno daño colateral de situaciones generadas por otros, estaba en una de esas reuniones y me decían hacia dónde debía ir la educación para que se ajustase a los tiempos modernos (la modernidad me encanta). Solo por la noche (sí que tardé) me di cuenta que en esa reunión, el único que pisaba un aula de ocho a dos era yo, y no sé si eso significa algo. Y fue entonces cuando uno se quedó más tranquilo. Dicen que ese inspector es la materia gris de la consejería. Lo pude comprobar cuando me soltó "habemos muchos que creemos en la enseñanza pública". Esto se lo conté el otro día a L. y me preguntó si otra vez volvía a inventarme historias. Anda, anda, vámonos a la calle a decirnos tonterías y a disfrutar de esta tarde de junio, me dijo.

jueves, 5 de julio de 2012

Leed a Viña

R., mochila al hombro, siempre se iba a la misma hora. A la misma hora todos los días. Don José Antonio, con su aspecto de abuelo simpático, frotándose las manos, detenía la explicación de la lección y se quedaba mirándolo en silencio. Con cara de sorpresa al principio y de resignación después (seguramente preguntándose dónde iba aquel pollo) un día soltó:

- Ya se va el hombre del saco.

Aquel día, a falta de unos minutos para la una de la tarde, las carcajadas resonaron en toda la Facultad de Matemáticas.

Y es que a raíz de la muerte de Don José Caruncho supe que su amigo del alma, Don José Antonio Fernández Viña, también se había marchado . Vino de Madrid donde era catedrático y director del Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma. Vino cansado, enfermo –quizá triste, buscando la tranquilidad y el buen clima que proporciona nuestra tierra murciana. Me lo contó mi amigo S., aquel estudiante brillantísimo, que se pasó la carrera viviendo en el Hispano. El único matemático que conozco. Aquel estudiante al que muchos odiaban por esa forma tan peculiar de actuar. De hecho, era S. un defensor total de Fernández Viña. El tío, con un par de huevos y uno de los fabulosos manuales de F. V. en la mano, lo defendió ante uno de sus enemigos mientras resolvía un problema en aquellas pizarras dobles de la Facultad.

-Gauss siempre decía: leed a Euler. Y yo os digo, leed a Viña.

A Don José Antonio siempre le asignaban las últimas horas de la mañana para sus clases. Apenas aterrizaba por su despacho y era muy criticado por ello. S. siempre me decía que F. V. ya había trabajado bastante, que ya había hecho suficientes ecuaciones diferenciales en París.

Mi buena nota en su asignatura se la debo en parte a él. Examen de Análisis Matemático II. Junio de 1995. Como siempre, su amigo Don José Caruncho le acompañaba en la vigilancia del examen y se contaban, de tanto en tanto, viejas batallas. En un problema había que calcular el volumen delimitado por un paraboloide, un cilindro y un plano. No había forma de cuadrar aquello. Sabía que fallaba en algo pero no lo descubría. Opté por preguntar a Don José Antonio. Su respuesta me hizo gracia y me dejó tranquilo:

-Don José Antonio, sé que aquí pasa algo raro porque estos cálculos no me llevan a ninguna parte. He intentando resolver esta integral doble, después de hacer la correspondiente proyección ortogonal, según estos parámetros, pero la solución no es la correcta…

Se quitó aquellas gafas oscuras. Siempre respetuoso y con un tono que me recordó al director de prisiones de "El verdugo" cuando trata de convencer al pobre diablo de José Luis Rodríguez para que hiciera su trabajo, me dijo:

-A ver… ¡pero bueno!… ¡quite, quite! ¡borre, borre ese dibujo! ¿No se da usted cuenta que el plano al que me refiero tiene que pasar por aquí? Vuelva usted a hacer el dibujo y repita los cálculos, que aunque están bien hechos, no los ha hecho con los parámetros correctos.

Don José Antonio, seguramente, siga escribiendo sus exámenes a mano. Después de muchos años ya no leemos a Viña. Pero sí nos acordamos de él.

martes, 29 de mayo de 2012

El amigo de Paulino

Desapareció hace unos meses. Nos lo secuestraron como a Paulino, el que tenía una tienda de productos de ortopedia. El secuestrador fue el mismo: uno que se parecía a Saza llegó con su bigote cincuentón y sus gafas y sin mediar palabra se lo llevó. Lo conocía desde hacía muchos años. Desde los tiempos de ¡Qué grande es el cine!. Y lo fui siguiendo en el programa de radio que comparte con Luis Herrero y José Luis Garci. Un día primaveral de facultad estuve con él en Murcia cuando hacía la presentación de una película de John Ford: "El hombre que mató a Liberty Valance" (nunca estuve en una cocina como aquella que regentaba Vera Miles y aún me duele el rodillazo que le metió John Wayne a Lee Marvin). Estuve sentado a su lado y no me atreví a saludarlo y decirle que no se metiera en política. Ha dejado un hueco en el programa de radio que ocupa acertadamente Luis Alberto de Cuenca, único cuando nos cuenta lo que le pasó en Salamanca el último noviembre... Ahora es el Atticus Finch del Ministerio Fiscal. De cuando en cuando, me lo encuentro en algún telediario, caminando de aquí para allá sin inaugurar pantanos. A veces, al pasar cerca de la cámara, se toca la oreja.