R., mochila al hombro, siempre se iba a la misma hora. A la misma hora todos los días. Don José Antonio, con su aspecto de abuelo simpático, frotándose las manos, detenía la explicación de la lección y se quedaba mirándolo en silencio. Con cara de sorpresa al principio y de resignación después (seguramente preguntándose dónde iba aquel pollo) un día soltó:
- Ya se va el hombre del saco.
Aquel día, a falta de unos minutos para la una de la tarde, las carcajadas resonaron en toda la Facultad de Matemáticas.
Y es que a raíz de la muerte de Don José Caruncho supe que su amigo del alma, Don José Antonio Fernández Viña, también se había marchado . Vino de Madrid donde era catedrático y director del Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma. Vino cansado, enfermo –quizá triste, buscando la tranquilidad y el buen clima que proporciona nuestra tierra murciana. Me lo contó mi amigo S., aquel estudiante brillantísimo, que se pasó la carrera viviendo en el Hispano. El único matemático que conozco. Aquel estudiante al que muchos odiaban por esa forma tan peculiar de actuar. De hecho, era S. un defensor total de Fernández Viña. El tío, con un par de huevos y uno de los fabulosos manuales de F. V. en la mano, lo defendió ante uno de sus enemigos mientras resolvía un problema en aquellas pizarras dobles de la Facultad.
-Gauss siempre decía: leed a Euler. Y yo os digo, leed a Viña.
A Don José Antonio siempre le asignaban las últimas horas de la mañana para sus clases. Apenas aterrizaba por su despacho y era muy criticado por ello. S. siempre me decía que F. V. ya había trabajado bastante, que ya había hecho suficientes ecuaciones diferenciales en París.
Mi buena nota en su asignatura se la debo en parte a él. Examen de Análisis Matemático II. Junio de 1995. Como siempre, su amigo Don José Caruncho le acompañaba en la vigilancia del examen y se contaban, de tanto en tanto, viejas batallas.
En un problema había que calcular el volumen delimitado por un paraboloide, un cilindro y un plano. No había forma de cuadrar aquello. Sabía que fallaba en algo pero no lo descubría. Opté por preguntar a Don José Antonio. Su respuesta me hizo gracia y me dejó tranquilo:
-Don José Antonio, sé que aquí pasa algo raro porque estos cálculos no me llevan a ninguna parte. He intentando resolver esta integral doble, después de hacer la correspondiente proyección ortogonal, según estos parámetros, pero la solución no es la correcta…
Se quitó aquellas gafas oscuras. Siempre respetuoso y con un tono que me recordó al director de prisiones de "El verdugo" cuando trata de convencer al pobre diablo de José Luis Rodríguez para que hiciera su trabajo, me dijo:
-A ver… ¡pero bueno!… ¡quite, quite! ¡borre, borre ese dibujo! ¿No se da usted cuenta que el plano al que me refiero tiene que pasar por aquí? Vuelva usted a hacer el dibujo y repita los cálculos, que aunque están bien hechos, no los ha hecho con los parámetros correctos.
Don José Antonio, seguramente, siga escribiendo sus exámenes a mano. Después de muchos años ya no leemos a Viña. Pero sí nos acordamos de él.
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