Esta mañana, de camino al Instituto, me he encontrado con las paredes de un colegio repletas de fotos de los futuros animales de engorde. No sabría decir cuál era la foto más horrorosa. Todos me miraban. Y...no sé...ha sido un acto reflejo...me he llevado rápidamente las manos a la cartera.
Uno de ellos es nuevo en esta liga y no por ello con menos posibilidades: seguramente gane. Al que sustituye no creáis que se va a trabajar en otra cosa que no sea la política. Quiere optar a otra casa en plena Gran Vía, sabedor de que sus primos no le arrojarán huevos cuando los putee.
Ha sido inevitable recordar el arranque del capítulo X de la primera parte de "La voluntad" (1902):
Ayer se celebraron las elecciones. Y ha salido diputado como siempre, un hombre frívolo, mecánico, automático, que sonríe, que estrecha manos, que hace promesas, que pronuncia discursos...El maestro está furioso. El augusto desprecio que por la industria política siente, le ha abandonado; y a pesar suyo, va y viene, en su despacho, irritado, iracundo. Azorín lo contempla en silencio.
Ante esto sólo caben dos opciones posibles:
a) Azorín tenía visiones futuristas.
b) El lupanar ha estado instalado aquí desde siempre.
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